lunes, 8 de septiembre de 2008

"Las comparaciones son odiosas..."

Bueno, sí, los sueños, sueños son. Alguna vez, por ejemplo, Paul McCartney irrumpió en el ámbito de los míos, para llevar a cabo una visita relámpago a un pueblo cercano. Recuerdo haberlo visto enfundado en un abrigo negro, en compañía de otros cuatro o cinco individuos, también trajeados de negro, que parecían ser miembros de algo así como una comitiva.

Tras una exhaustiva ronda por calles medio polvorientas, el grupo departió bajo una carpa pública en la cual se servían platos locales y carnes a la brasa. Una multitud se agolpó para observarlos en el acto de comer. Al cabo del almuerzo, los forasteros asumieron a pie la vía principal y desaparecieron en la distancia, por entre unas montañas rocosas en las que abundaba un parque automotor conformado por camionetas del tipo 4 x 4. En verdad, aquel sueño parecía más bien un comercial de Toyota o un videoclip.


El sueño de esta vez se trasladó a una taberna bávara de Medellín, donde varios contertulios deliberaban alrededor de un tema singularmente ocioso y extravagante: las irreconciliables diferencias históricas, culturales, sociales y políticas que puedan existir entre Antioquia y Suiza.

"Eso es como comparar el carácter rústico de una cuchara de palo con la posibilidad relativa de que Barak Obama gane la Casa Blanca", dijo con sorna uno que parecía ser estudiante universitario. "¡Nada que ver!", remarcó el comensal.

Otro de los asistentes pretendió ser aún más punzante y más certero en cuanto a la ninguna afinidad que puedan tener dos cosas: "Yo diría que es como tratar de buscarle el denominador común al ataque de tos de un anciano en Malasia y al impredecible futuro de las acciones del petróleo en la Bolsa de Frankfurt. En verdad, no hay ninguna correlación. Lo mismo ocurre entre sí con Antioquia y Suiza".

De modo contrario y con manifiesta mordacidad, otro de los presentes observó que, aunque mínimas, sí existían similitudes. A manera de ejemplo, citó cómo en el nombre de Antioquia hay la "i", la "u" y la "a", vocales todas presentes en la denominación de Suiza. Tamaña apología dejó medio aburrido al auditorio, que esperaba, si no un gracejo de mayor vuelo, al menos nada de tan escaso calibre.

Cada vez más insólitas, propuestas de corte similar siguieron a las anteriores, hasta cuando los por lo menos ochenta asistentes al lugar entraron todos en la sintonía del tema, que se había iniciado a partir de la presencia de Kurt, un joven ingeniero suizo de paso por Medellín y de novia antioqueña conocida en Zurich.

Desde un rincón del establecimiento se alzó una voz para proponer la exaltación de ciertos contrastes entre las dos regiones. "Aquí, por ejemplo, la gente acostumbra a tomar chocolate al desayuno, acompañado de arepas", afirmó el proponente, antes de preguntar: "¿Cómo es la tradición del chocolate allá en Suiza?". A lo cual el joven helvético explicó que la mayor acogida y comercialización de este producto en su país la tienen las presentaciones en dulcería y confitería. "En particular", relató Kurt, "hay un bocado exquisito, conocido como Zimtschokolade torte (torta de canela y chocolate)".
Escudo de Suiza
-------------------Escudo de Antioquia
"En cambio, a mi modo de ver, hay un elemento bien común", ironizó a su vez un cliente que parecía ser bastante perspicaz. "Miren las formas de los escudos de Antioquia y de Suiza", arguyó, mientras se dirigía hacia un costado de la barra donde estaban ambos íconos, uno encima del otro. "¿No son idénticas?", insistió. "¡Ah, bueno, algo tenemos igual! Por lo menos el molde de los escudos es el mismo".

Irritada con tema tan baladí, una joven trató de atenuar las deventajas históricas y circunstanciales de la tierra de las arepas frente al imperio de la precisión relojera, para lo cual recurrió a la información de internet en su Black-Berry. Gracias a ello, pudo demostrar cómo el área de la primera es por lo menos mayor que el segundo: 63.612 kilómetros cuadrados contra 41.258 de la confederación helvética, lo cual, en verdad, no alcanzó ninguna relevancia en la confrontación de ideas.

Poco después, un señor entrado en años, que espontáneamente asumió el rol de moderador y que pretendió reorientar el debate, puso de presente que mientras Antioquia ha sido escenario histórico de la violencia desde sus más diversos orígenes hasta sus más sofisticadas expresiones, ha correspondido precisamente a Suiza, país emblemático en asuntos de neutralidad, jugar un destacado papel de mediador y facilitador en el largo conflicto colombiano.

"¡Así es! Y no confundamos, porque mucho va de lo montañero a lo alpino", esgrimió una de las asistentes, cuyo estilo denotaba cierta alcurnia, pero también cierta apatía hacia lo vernáculo de la entraña paisa. "Aquí la gente apenas come cuajada, que es un quesito todo lambido, escuálido y carente de gracia. Para colmo, lo envuelven en hojas de plátano. Allá, en cambio, se llevan a la mesa, muy bien ornada, quesos como el Appenzel, el Bagnes, el Bellelay o Tête de Moine, el Gruyère o el Vacherin, que ofrecen una calidad gurmet incomparable". Dicho esto, se oyeron voces en contrario y una que otra procacidad, que calentaron el ambiente.

"¡Las cosas de la historia!", terció la voz solidaria de una matrona que destacaba también por su porte y por su rostro enrojecido al sentir la necesidad de intervenir en la controversia. "Uno dice Guillermo Tell, y de inmediato lo asocia al episodio de la manzana partida por su ballesta sobre la cabeza de su pequeño hijo y a Suiza. Ese fue un héroe legendario, famoso por su valentía y por su puntería. Al mismo tiempo, uno cita el nombre de Pablo Escobar, y por reflejo piensa en esa Colombia socialmente loba, pero sobre todo violenta y a la vez horrorizada y destrozada por el narcoterrorismo. Eso es muy triste, muchachos, que el hombre que más daño le hizo a este país siga siendo como una especie de ícono nacional para la Historia y ante el mundo".

No terminaba la expositora su intervención, cuando una profusión de chispas acompañadas de un tableteo ronco decretó un silencio terminal en el recinto. "¡Las comparaciones son odiosas! Bueno, si no lo sabían, ¡ya lo saben, cabrones!", observó con desdén un hombre rollizo que encabezaba un grupo de cinco que impertérritos salieron caminando hacia la calle por encima de una montonera de cabezas desgonzadas, de miradas sin horizonte, de brazos, manos, troncos y piernas reducidas de facto a la inercia de los maniquíes. Con mínimos vestigios de plomo habían quedado las cinco ametralladoras que acallaron un tema de debate que nunca debió haberse planteado tan lejos de Suiza...

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