jueves, 4 de diciembre de 2008

Carlos Fuentes, 80 años

El maestro Carlos Fuentes

Palabras del consagrado escritor mexicano Carlos Fuentes el lunes 17 de noviembre de 2008 al auditorio en Ciudad de México, con motivo del homenaje recibido en sus 80 años de existencia. Su conferencia, a la cual concurrieron personalidades del mundo intelectual, fue titulada "Novedades del Pasado" por el Diario "El Universal" de México.

"Señor Presidente, señoras y señores.

Agradezco al Presidente Felipe Calderón que encabece este acto en el Alcázar de Chapultepec.

La censura es como una hiedra venenosa que se arrastra por el suelo hasta encontrar pared y entonces sube, invade la fachada, entra por las ventanas y nos deja sin luz.

El Artículo 7º de la Constitución Mexicana declara inviolable la libertad de escribir y publicar escritos sobre cualquier materia. Añade, que ninguna ley ni autoridad puede establecer la previa censura ni coartar la libertad de imprenta, que no tiene más límites que el respeto a la vida privada, a la moral y a la paz pública.

Hace poco tiempo un libro mío fue objeto de un acto de censura mínimo, mínimo, en sí mismo baladí, pero como todo acto de censura ominoso como señalo.

Quiero recordar que muchas personas se manifestaron en contra de este conato de prohibición y que una de ellas fue Felipe Calderón, entonces legislador, quien leyó en público, leyó en público pasajes del libro en cuestión, Aura. Una simple historia de amor que no le faltaba el respeto a la vida privada ni perturbaba la paz pública, aunque sí, lo admito podía perturbar la moral de las buenas conciencias.

Hoy vuelvo a agradecerle su defensa al Presidente Calderón y evoco en su presencia esta consideración.

En democracia se manifiestan legítimas oposiciones, debates partidistas y propuestas diversificadas.

Sin mengua de esta pluralidad, acaso sea posible considerar un grado de unidad en torno a tres fechas del año 2010: el Bicentenario de la Independencia, el Centenario de la Revolución y los 100 años de la actual Universidad.

Las tres conmemoraciones, señor Presidente, ocurrirán durante su mandato y acaso nos ofrecen a todos gobernantes y gobernados, poderes y oposiciones. La oportunidad de reflexionar sobre lo que nos une como mexicanos, sin desdeñar lo que nos diferencia como ciudadanos.

Tal es, señor Presidente Calderón, mi sincero voto en esta ocasión que nos reúne bajo el siglo de una cultura hecha por todos.

Cuando yo empecé a publicar, dos argumentos contrapuestos ocupaban al mundo literario. Uno, muy ubicado en México y en la América Latina oponía nacionalismo y universalidad, ésta, denominada con intención peyorativa cosmopolita.

El otro argumento, más europeo y radicado en las teorías de Sartre oponía el compromiso social y político al acto gratuito del arte por el arte. La exclamación perentoria de un crítico literario de aquella época resume esta actitud: el que lee a Proust, se prostituye.

Siento que esta vieja disputa está superada y bastó la mejor novela mexicana de todos los tiempos, Pedro Páramo, de Juan Rulfo, para demostrar que un tema y unos personajes de la provincia mexicana, Comala, poseían la dimensión de la gran literatura mundial, ser destino legible. Pero demás, la temática y los personajes de Balzac son franceses; ingleses los de Dickens; rusos los de Dostoievsky; alemanes los de Mann.

¿Por qué trascienden estos autores sin dejar de representarlos su origen nacional y nos hablan a todos los lectores? ¿Por qué?

Porque nos dan imaginación y nos dan lenguaje. Y sin imaginación y lenguaje no sólo no hay literatura, no hay lectores, en el sentido radical de darle vida a lo escrito ayer, mediante la lectura hoy. Pregunto: Por qué si la palabra y la imaginación no importan, lo primero que hace un régimen totalitario es quemar libros, encarcelar y exiliar escritores.

La otra cara de la disputa literaria de aquel medio siglo tenía que ver con la literatura como compromiso político en contra del arte por el arte.

Mi primer libro: Los Días Enmascarados, recibió ataques por ser un ejercicio gratuito de la fantasía, ajeno a los problemas sociales de México; mi segundo libro: La Región Más Transparente, recibió, en cambio, severas críticas por ser una novela en exceso política y preocupada por los problemas sociales de México.

Dios mío, exclame entonces, a los 28 años de edad. Dios mío, dónde estará la verdad. La verdad estaba en Nadine Gordimer, empecé a leer sus novelas, muy conciente de que esta era una escritora sudafricana; es decir, ubicada en un país donde regía el racismo, la discriminación política y sexual, el abuso del poder y la negación de la libertad.

Cómo no iban a responder las novelas de Nadine a esta circunstancia. Cómo no iban a hacer una clamorosa afirmación de la igualdad de las razas, los derechos del cuerpo y el espíritu, y la libertad del ciudadano si La Hija de Burger, El Conservacionista y la Gente en Julio eran todo esto.

Una sociedad entera, recreada, retratada, pero elevada al rango literario y salvada de la mera denuncia panfletaria por la imaginación y por el lenguaje, que convertían a cada una de las obras de Nadine Gordimer en creaciones insustituibles, en novelas indispensables como literatura, primero, y sólo después, como todo lo demás.

Una literatura de la paradoja crítica. Gordimer por ejemplo, imagina el revés de la trama histórica. En una Sudáfrica futura una familia blanca huye del racismo negro y encuentra refugio en la aldea de su antiguo sirviente de color.

Y el libro más reciente de Nadine, que acaba de salir de la imprenta, nos informa que en una décimo sexta parte de su sangre, Beethoven también era negro. Es decir, en las novelas de Nadine la paradoja salva al arte para mejor servir a la ciudad.

Esta es la carne del cuerpo político, el alma de la posición ciudadana, la vida otorgada por la obra, por la palabra en la obra de Nadine Gordimer, y en Karma, Karma que es una obra maestra de la novela breve, la suma de los tiempos históricos nos indica todo lo que dejamos de hacer y todo lo que nos falta por hacer.

Cito a Nadine: soy un ser anciano que vuelve a ser niño, descubro que regreso como hombre o que regreso como mujer para continuar la experiencia humana en otro tiempo, en otro espacio, descubro que el sexo es sólo una de las formas del regreso, fin de cita.

Sí, todo esto, toda esta gran obra de la creación literaria en Nadine Gordimer y, al mismo tiempo, la más altiva conciencia ciudadana contra el racismo, contra el prejuicio, contra la discriminación por la libertad del cuerpo y del alma.

Nadine Gordimer, bienvenida a México, querida amiga. Todas las edades son formativas, pero acaso ninguna tanto como la etapa en que se pasa de la infancia a la juventud por vía de la adolescencia.

Yo viví en la República de Chile, entre los 11 y los 15 años de edad. En Chile encontré la fraternidad de la democracia con la palabra. El Gobierno del Frente Popular impulsaba el desarrollo económico con democracia política, pero ambos, desarrollo y democracia eran inseparables en Chile de la palabra.

Como decía Pablo Neruda, lo cito: para vosotros todos, para vosotros canto, que sea repartido todo el canto en la tierra. Repartir el canto. ¿Cómo? Salvador Allende y la Unidad Popular creyeron que se podía avanzar hacia una sociedad más justa, desde la institucionalidad democrática, ampliando el radio de la ley, apelando a las formas de la libertad.

Salvador Allende, un hombre, nos dice Ricardo Lagos, lo cito, que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que se respetaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. Fin de cita.

En mi ánimo, Chile quedó para siempre como el país donde la política y la palabra no eran enemigas, por eso cuando la dictadura militar le arrebató al pueblo chileno la libertad política y le silenció la palabra libre, yo siempre mantuve la convicción de que tarde o temprano, ahora violadas por Pinochet, política y palabra resucitarían hermanadas en Chile.

Durante la presidencia de Ricardo Lagos, la autoridad judicial se encargó de castigar el pasado, y el poder ejecutivo se encargó de construir el futuro, crecimiento con libertad.

Porque no basta el crecimiento, por sí solo no asegura mayor igualdad, hacen falta, también, políticas públicas; hacen falta políticas laborales y distributivas para disminuir la pobreza.
No se trata de empobrecer a los ricos, sino de enriquecer a los pobres.

Se requiere un esfuerzo constante para asegurar que el desarrollo económico tome en cuenta los objetivos sociales. Tal fue la política del Presidente Lagos. Ricardo Lagos, chileno, bienvenido a México. Bienvenido. El 20 de noviembre de 1975 era yo Embajador de México en Francia y mandé izar la bandera al frente de la Embajada, pronto llegaron las llamadas de mis colegas latinoamericanos. Me decían: ya sabemos que México no tiene relaciones con Franco, me reclamaron, con España; pero poner la bandera a plena asta el día de la muerte de Franco, no le parece excesivo.

No, les expliqué, no se trata de Francisco Franco, sino de Francisco Madero y la Revolución Mexicana. Ese día mi esposa y yo cenamos con André Malraux, el novelista de La Condición Humana; el combatiente de la guerra de España; El cineasta, junto con Max Aub, de L’ Espoir, el Ministro de Cultura del General De Gaulle.

Y Malraux se mostró, particularmente, pesimista ese 20 de noviembre. Franco, dijo, mantenía el orden, un orden brutal en un país anarquista, como España. Al morir Franco, España regresará a la anarquía y el desorden. La anarquía, concluyó Malraux, es la vocación de España. Por fortuna, Malraux se equivocó. Con gran coraje y perspicacia el Rey Juan Carlos le dio representación a toda la gama de la política española, de la derecha de Fraga Iribarne, a la izquierda de Santiago Carrillo, del conservadurismo de Adolfo Suárez, al socialismo de Felipe González.

Se trataba de llegar a un pacto republicano en torno a la monarquía, como ha escrito Juan Luis Cebrián; y a una monarquía de los ciudadanos, como propuso Felipe González.

Ya en régimen de democracia y durante 13 años, Felipe González presidió el Gobierno español. Negoció el ingreso de España a la Comunidad Europea, a condición de que Europa le diese a España lo que España necesitaba para ingresar a Europa; no con ventajas, aunque sí con oportunidades: infraestructura, carreteras, escuelas modernas, hospitales, medios de comunicación; lo que debe exigir un tratado de mutua conveniencia.

Si hoy España es miembro pleno y estelar de la Comunidad Europea, en grandísima medida se le debe a Felipe González. No estatizó la economía para no sofocar las ventajas, pero fortaleció al Estado para impedir las desventajas, acertada receta para lo que sucede hoy.

González asoció a España con el occidente después de los años de hielo y oportunismo del franquismo, pero manteniendo un margen muy grande de independencia para las decisiones del Estado español.

España ha sido consecuente en lo positivo e independiente en lo negativo. No hay tropas españolas en Irak. Y es que la acción internacional de Felipe González se guía por este principio: el mal amigo engaña y halaga; el buen amigo lo es porque dice la verdad. Saludo y agradezco la presencia del gran amigo y estadista, Felipe González.

Yo le debo a la Universidad Nacional Autónoma de México una parte de mi ser personal y de mi vocación ciudadana. En ella aprendí a dar a conocer para conocernos, a saber para sabernos, a recordar para recordarnos.

Nadie en el pasado inmediato ha encarnado este espíritu mejor que Juan Ramón de la Fuente, rector de la UNAM entre 1999 y 2007, cuyo credo, lo cito: nos recuerda que la responsabilidad social y su evolución, los derechos civiles y su fuente de legitimación, nuestra conciencia y la visión de los ciudadanos, a los que nada puede ocultarse, definirán los temas políticos más importantes de nuestro país y en nuestro tiempo. Fin de cita.

Juan Ramón de la Fuente, el científico, el humanista, conoce de sobra estos problemas y estos logros, y por eso sabe que no hay educación válida que al cabo no se encamine a resolver los problemas y acrecentar los logros.

Y por ese motivo no puedo separar a de la Fuente el educador, el rector, del ciudadano que reclama una cultura política fuerte a la altura de la esperanza en el país que teníamos los estudiantes universitarios en 1950, y que amenaza con perderse en los oscuros laberintos del narcotráfico, el crimen organizado y la impunidad.
Doy la bienvenida y doy las gracias por su presencia a mi querido amigo, Juan Ramón de la Fuente.

Se han dado cita en este evento grandes escritores de mi generación, grandes amigos también, a los que agradezco profundamente su presencia; también asisten escritores de la nueva generación mexicana y latinoamericana.

Nos une, acaso, la exigencia crítica de la escritura. Crítica no como adversidad o negación solamente, que puede serlo, sino crítica como creación de un mundo paralelo a la realidad cotidiana.

Crítica como llamado de una realidad olvidada o potenciada. Aquí estoy, me llamo Alonso Quijano, recuérdenme, mi nombre es Hamlet, no me juzguen, soy Madame Bovary, imagínenme, soy Sophie’s Choice.

Crítica como advertencia de que hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, que las soñadas en tu filosofía. Crítica como insatisfacción con lo dado y como interrogante de lo recibido.

Crítica como conocimiento de la realidad que desborda la experiencia o aún no la alcanza, anuncia la experiencia, denuncia, pero no renuncia.

Modesta crítica, soberbia crítica; limitada y limitante crítica, y crítica interna de la propia literatura. La literatura es autónoma o producto de la historia; la literatura es experiencia moral aún cuando se nutra del mal y lo represente, qué tan bueno es el Príncipe Mishkin que tan malo es el asesino Raskolnikov.

La literatura crea, refleja, imagina, juzga, une o separa. En todo caso, una vieja tradición indica que los viejos damos lecciones jóvenes.

Yo quisiera más bien que los jóvenes me dieran lecciones a mí. Ellos van a ver un mundo que yo ya no veré, ellos nos traen las noticias del porvenir. Nosotros, los mayores, aseguramos, sin embargo, que no se olviden las novedades del pasado.

El calendario nos engaña, distrae y conforta proponiendo un simple tiempo lineal que va del pasado, al presente, al porvenir. La literatura es una constante rebelión contra el tiempo como flecha dirigida al futuro, convirtiéndolo en mirada que le devuelve actualidad al pasado y posibilidad al porvenir, en memoria de todo lo que el pasado dejo de decir.

La literatura es la advertencia trágica de las fallas y limitaciones de toda empresa humana, es afirmación de lo que el olvido, la premura, o la tiranía del tiempo pasó por alto.

Significa el rechazo de la cómoda noción del fin de la historia, que nos invita a abandonar las armas de la esperanza crítica y aceptar amodorrados la beatitud del mundo tal como es.

Yo creo que el escritor habla del mundo que puede ser si le damos la oportunidad a nuestra potencia creadora, a nuestra insatisfacción con las demoras de la ciudad hacia la ciudad, a nuestra voluntad de abrir las puertas de la imaginación para no contentarnos con una sociedad que quiere divertirse hasta la muerte y olvidar hasta el olvido.

La literatura es el frágil baluarte de la palabra y de la imaginación contra la comodidad y la renuncia, contra la tontería, el sectarismo y la mirada estrecha, contra el rencor y la envidia.

Leo, leo a estos jóvenes escritores que nos acompañan en estas jornadas y pienso que acaso nosotros, los mayores, no hemos hecho otra cosa que escribir en honor de nuestros antepasados, pero también en honor de nuestros descendientes.

Somos acaso, como lo serán ellos, los jóvenes, fuentes entre lo que fue, lo que es y lo que puede ser, pues en la literatura quién se atrevería a pensar que es el dueño del tiempo. Esta simple reflexión le da a nuestro trabajo literario la frágil gloria de no saberse absoluto, sino apenas relativo mediador de la tradición que requiere de nueva creación para prolongarse en el tiempo.

La literatura nos dice que podemos conocer al mundo, pero sólo si somos capaces de imaginar al mundo. Y a pesar de todo, de amar al mundo.

Actos de amor al mundo son las grandes novelas de mi amigo Gabriel García Márquez. Somos camaradas desde hace más de 40, años cuando en la pelusa de un jardín en San Ángel renunciamos a toda ocupación que interrumpiera nuestra vocación.

Escribir novelas, creer en la literatura, darle forma verbal a la gran selva de lo no dicho, sobre todo en una América Latina de evasiones, retórica, buenas intenciones y malos propósitos.
Porque Gabriel demostró en Cien Años de Soledad, en El Amor en Tiempos del Cólera, que la imaginación literaria es indispensable para integrar la imaginación política y, sobre todo, para darle vuelo a la imaginación social.

Si algún día un crítico pudo decir Latinoamérica, novelas sin novelistas; hoy gracias a autores como Gabo, la realidad puede asumirse a sí misma y la literatura también.
El novelista no sustituye al político, pero el político tampoco sustituye al novelista.

Cuestión de perspectiva, cuestión de distancia. Por eso es indispensable el diálogo a todos los niveles: político, social, cultural.

La extraordinaria obra de García Márquez, y con él, la de los grandes escritores que hoy nos acompañan, nos indica que en el centro del tiempo, en el centro del tiempo el escritor recuerda que nadie tiene el poder absoluto ni la razón suficiente aunque todos nos hacemos preguntas para darle poder a la palabra e imaginación al poder.

Porque somos parte de una vasta voluntad ciudadana que es, ni más ni menos, que la de asegurar la constante resurrección del mundo.

Quiero agradecer, antes de terminar, muy especialmente, la presencia de mi queridísimo amigo, Gabriel García Márquez. Señor Presidente, señora de Calderón. Distinguidos participantes en estas jornadas. Señoras y señores. Le agradezco al Presidente Calderón su presencia en este acto.
Les agradezco a los espléndidos participantes en las 17 mesas del evento: escritores, pensadores, periodistas, artistas, editores, su talento, su entusiasmo, su aportación a la cultura viva de mi país.

Le agradezco en estos últimos años su apoyo indispensable, su amorosa contribución a mi vida y a mi trabajo, a mi esposa Silvia y a mis hijos: Cecilia, Natasha y Carlos. A los viejos amigos, les saludo al atardecer. A los jóvenes amigos, les doy la bienvenida al amanecer. Muchas gracias".