Su triunfo en primera vuelta -hay que decirlo- habría sido menos contundente si Antanas Mockus no le hubiera dado por salir el domingo por la noche a cantar por la televisión y a aupar a sus seguidores como si fuese un predicador en trance al frente de su grupo de oración y no un candidato presidencial del que se esperaba un discurso que le diera confianza a sus seguidores. Se esperaba que dijera cuál iba ser el camino a seguir en la segunda vuelta y cómo iba a tender puentes con el Polo y con una parte del partido liberal que no vota por Santos. Pero no lo hizo o si lo hizo el mensaje no fue claro.
Después de este infortunado performance me temo que la candidatura de Antanas Mockus perdió otro millón de votos y lo único que le queda, de cara a la segunda vuelta, es perder con dignidad.
Es cierto que Mockus fue víctima del fuego enemigo que le disparó de manera inclemente la campaña de Juan Manuel Santos, -le montaron la patraña de que el quería extraditar a Uribe, que le hizo mucha mella en Antioquia-, pero también es cierto que el principal enemigo de la ola verde no fue J.J, ni Santos sino el propio Antanas Mockus.
Su forma errática de aproximarse a los problemas del Estado demostró que no estaba lo suficientemente preparado para enfrentarse a los temas de fondo. Perdió el voto costeño cuando se opuso al voto Caribe en Barranquilla; perdió el voto de los médicos cuando dijo que solo se merecían el sueldo de un millón de pesos; perdió el voto de los progresistas cuando se mostró más a la derecha que Uribe en el tema del intercambio humanitario y cuando de manera sectaria le cerró la puerta a una alianza con Petro. Esos titubeos le hicieron perder el voto de opinión en Bogotá, su fortín electoral por excelencia y muchos de los que habrían podido votar por él en la primera vuelta terminaron haciéndolo por Germán Vargas Lleras. En cierta medida hasta se podría decir que Mockus fue inferior a la ola, es decir, a ese sentimiento de inconformismo, que en un momento lo elevó y que hoy parece haberlo abandonado.
En cuanto al triunfo de Juan Manuel Santos habría que decir que su victoria implica aceptar verdades que duelen. La primera de ellas es que una mayoría respetable de este país cerró los ojos a los innegables escándalos que rodean al gobierno, escándalos que en otro país tendrían a Uribe con el agua al cuello; es decir que a esa mayoría no les importó que desde Palacio se hubiera urdido una operación criminal para desprestigiar a magistrados de la Corte Suprema, a candidatos opositores y a periodistas críticos con el régimen; que poco les importó el dolor de las cerca de tres mil madres que han sido víctimas de los falsos positivos, un eufemismo al que se recurre para maquillar –y casi que para justificar- las ejecuciones extrajudiciales hechas en nombre de la seguridad democrática. Poco influyó el hecho de que este sea un gobierno que tiene una buena parte de la bancada en la cárcel por sus vinculaciones con los narcoparmilitares empezando por el primo del Presidente, ni que sus funcionarios más cercanos estén investigados por la Fiscalía. Para no hablar del ex ministro Andres Felipe Arias, quien terminó dueño del Partido Conservador a pesar de haber protagonizado el escándalo de Agro Ingreso Seguro. ¿Por qué funcionó de nuevo el teflón de Uribe que lo hace inmune a sus propios escándalos de corrupción?
Me aventuro a plantear esta tesis: a la hora de votar, pesó más el temor a perder lo que muchos colombianos creían que les iban a quitar si no ganaba Santos, que las ganas de hacerle pagar a este gobierno los escándalos de corrupción y los altos índices de desempleo. Los que recibían subsidios de Familias en Acción o de Agro Ingreso Seguro votaron por Santos pensando que si Mockus ganaba se los iban a quitar; los ricos que habían firmado los contratos que les concedían unas generosas exenciones de impuestos por veinte años, votaron por Santos pensando que si Mockus u otro candidato llegaba al poder los acabaría; los estudiantes egresados del Sena votaron por Uribe porque si ganaba Mockus iba a acabar con los parafiscales fuente de financiaciones del Sena y hasta la clase media terminó votando por Vargas Llegas en buena parte por el temor de que si Mockus subía le fueran a aumentar los impuestos.
En resumidas cuentas: la campaña de Juan Manuel luego del timonazo que le dio J.J. fue todo un éxito. Aplicó todas las formas de lucha y todas les funcionaron. Se sonsacaron el voto clientelista del Partido Liberal y del Partido Conservador, por la puerta trasera y lograron meterle miedo al electorado de que Antanas Mockus era un salto al vacío y de que si él ganaba iban a perder todos los privilegios obtenidos en estos ocho años de seguridad democrática. Lo que hace aun más dolorosa esta derrota es que por lo menos en lo que tiene que ver con la tesis de que Mockus es un acertijo como gobernante, no parecen estar faltando a la verdad. El Mockus que vimos el domingo y el que hemos oído en la radio en estos días más parece un jefe de una secta religiosa que un candidato presidencial. No se le ve su política. ¡Qué lástima!
María Ximena Duzán - www.semana.com.co
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