El tiempo de nacer como país por fin llegó. Fue un parto doloroso, como señala Guadalupe Jiménez Codinach en el libro México, su tiempo de nacer. 1750-1821: “De 1810 a 1821, la nación sufrió unas 844 acciones de guerra”.
1810 marca el inicio del camino para forjar una nación; un proceso que no terminó con las diferencias sociales, la desigualdad ni la pésima distribución de la riqueza que caracterizó al periodo colonial. Anne Staples, en el libro Historia de la vida cotidiana en México, resalta: “La separación de México y España, divorcio que trató de ser amigable y terminó en feroz pleito, no alteró en lo fundamental las relaciones entre grupos sociales ni las costumbres más arraigadas”.
Para 1810, la Nueva España había entrado en una crisis económica y social profunda.
El historiador Brian Hamnett —en una entrevista con Christopher Domínguez publicada en Letras Libres— señala que se padecía de una “dislocación en la producción minera, una crisis en las haciendas, alza de precios y una severa escasez de comestibles... Sacerdotes de parroquia como Hidalgo y Morelos eran conscientes de ello”.
Anne Staples menciona que “los contrastes de principios del siglo XIX fueron tan violentos como los de finales, con cambios de enfoque, pero con un resultado igual: subrayar las diferencias entre los seres humanos que salían a relucir a la hora de sentarse a la mesa, acostarse, vestirse, moverse de un lugar a otro, ganar el pan con el sudor de la frente”.
Nación que crece
En el territorio conocido como la Nueva España —que iba desde Centroamérica hasta el límite norte de la Alta California— vivían poco más de 6 millones 122 mil personas; alrededor de 60 mil eran españoles. La población se concentraba en la parte central y en el sur del virreinato, mientras que las costas y las zonas septentrionales estaban escasamente habitadas. La población española prefería los centros urbanos.
La pobreza, un mal persistente
En la primera década del siglo XIX era desmesurado el crecimiento de la “plebe” en las ciudades de la Nueva España, debido a la desocupación creciente en el campo. En ese entonces, Alexander von Humboldt calculaba la existencia de 30 mil desocupados “harapientos y miserables” en la ciudad de México.
Los más ricos : El clero en la cima
A principios del siglo XIX, quien poseía la mayor riqueza en la Nueva España era la Iglesia. Esa condición provenía de la renta de sus propiedades, el diezmo y los préstamos que hacía a hacendados, industriales y pequeños comerciantes. Hay historiadores que calculan que por lo menos la mitad de las propiedades de la colonia pertenecía al clero.
Vestido, costumbres clasistas
La “plebe” (como se le llamaba a los pobres en 1810) andaba con camisa y calzón de manta. Había algunos que sólo portaban una manta (léperos). Los nobles seguían la moda que llegaba de Europa. Era común que en sus ropas se incluyeran piezas de oro y plata. Los comerciantes y artesanos usaban ropa de lana de cordero y de otras fibras naturales. Los rancheros vestían chaqueta y calzonera de gamuza. Y no era extraño mirar a las “chinas poblanas”, mujeres con enaguas bordadas con lentejuelas
1910, el "año esquizofrénico"
El historiador Javier Garciadiego lo definió con precisión: 1910 fue “esquizofrénico”. Así lo explica: “Año de éxitos y derrotas, de fracasos y triunfos; año en el que héroe nacional devino de un villano y un pacifista que se hicieron jefes de una rebelión; año en el que se desechó el orden y se abjuró del progreso, adentrándonos, en cambio, en la incertidumbre de la violencia que tanto nos había costado superar; año en el que de un gran festejo nacional se pasó, en unas pocas semanas, a una tremenda insurrección popular”.
Fue un año de elecciones, de disputas políticas y en el que salió a relucir la profunda desigualdad social.
México, al celebrar su centenario en 1910 —escribió la historiadora Anne Staples—, se sintió digno de tomar su lugar “entre las naciones civilizadas”, de andar con la cabeza en alto y vestido con ropa europea... Pero, al mismo tiempo, “aumentaba el interés por atenuar las diferencias entre los que cada vez poseían más y los pobres”. Para Álvaro Matute, del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, México era “un mosaico imposible de conjuntar bajo una misma condición de riqueza y conformación social”.
Carlos Monsiváis escribió: “Sociedad excluyente: no hay sitios para los agnósticos, las estériles, las adúlteras, los solteros sospechosos, los que no se respetan a sí mismos al no disponer de vestimentas adecuadas y lociones parisinas y anillos brillantes...”.
Conteo nacional
El primer censo se realizó en 1895. En 1910, el conteo del Centenario de la Independencia registró 15 millones 160 mil 369 mexicanos.
En el porfiriato, la impresión general fue que los censos registraron un número de habitantes mucho menor que el real. La dispersión de la población del país, en localidades lejanas y mal comunicadas, dificultaba hacer el registro de nacimientos.
El censo del Centenario reveló datos que llamaron la atención en ese entonces: aumentaba el número de menores de 18 años, así como los solteros en ambos sexos.
Pobreza y contrastes
Detrás del crecimiento económico que presumía el gobierno de Porfirio Díaz, se escondía la imagen de un país desigual, lleno de pobres. Se calcula que cerca de 11 millones de personas vivían como podían; es decir, casi 70% de la población. La mayoría de ellas vivían y laboraban en condiciones muy precarias, sobre todo como peones en alguna de las haciendas que proliferaban en el país. Además, al menos 13 mil 199 personas no tenían hogar.
Los más ricos: Extranjeros, los potentados
Para 1910, entre los hombres más ricos sobresalían los nombres de Luis Terrazas y Enrique Creel, quienes controlaban su estado natal, Chihuahua. Ambos fueron gobernadores. Creel era dueño del Banco Minero. En el club de los más ricos se encontraban los grandes hacendados, los banqueros y algunos dueños de fábricas. La mayoría eran extranjeros que invirtieron en México
Vestidos, catrines y desposeídos
Sobre los vestidos de estos años, Carlos Monsiváis escribió: “Los porfirianos eminentes son, sicológicamente hablando, su atuendo del día. Para los hombres, la chistera, los bigotes rizados, los guantes, las mancuernillas con diamantes; para ellas, el maquillaje al “dernier cri”, el vestido preparado según instrucciones del cliente y recortes de revistas francesas”. Indigenas, campesinos, obreros y peones estaban muy alejados de la moda francesa.
En 2010, ¿qué México queremos?
En 200 años, el país ha recorrido una historia de claroscuros, un camino colmado de conflictos armados, crisis políticas, económicas y sociales. Han sido dos siglos de construir una identidad e incorporar al lenguaje nacional conceptos como soberanía, democracia e igualdad. Ha sido un tiempo en el que no se han podido desterrar la pobreza, la desigualdad, ni la violencia.
Llegar a los 200 años como nación debe ser una oportunidad para reflexionar “sobre lo que hemos sido, lo que somos y hacia dónde vamos”. Esa es la propuesta de Alicia Mayer, directora del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Para la historiadora, las celebraciones del Bicentenario son un buen motivo para preguntarnos
“¿qué país queremos, qué propuestas hacemos para tener un futuro mejor?”.
Estas interrogantes, apunta, se deben realizar desde la óptica de la historia. “Tenemos que conocer cómo hemos ido construyendo la nación. Sólo así podemos reflexionar sobre lo que hemos sido, lo que somos y hacia dónde vamos. Los festejos del Bicentenario son una oportunidad para lograr que la población tenga una educación histórica y cívica”.
¿Cómo podemos formar una nación fuerte? La historiadora responde: “A través de la educación; un pueblo más educado, es un pueblo más enterado de su historia y tiene una inteligencia que lo capacita para hacer cosas que enriquezcan a su país”.
La ignorancia histórica tiene un precio muy alto para una nación. Alicia Mayer lo dice así: “Un pueblo ignorante de su propia historia no puede dar el paso hacia el progreso”.
Pobreza y la peor crisis
En 2010, México registra una tasa de pobreza que abarca a la mitad de su población. Datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) señalan que hay 53 millones de mexicanos en condiciones precarias. El rango de pobreza alimentaria o extrema alcanza a 18.2 millones de pobladores.
Las mediciones del Coneval, difundidas a principios de año, no contemplaron los efectos de la crisis mundial de 2009 que, según expertos, golpeó a México más que a cualquier otra nación latinoamericana, con un crecimiento negativo de 6.5%.
Los más ricos y las paradojas del subdesarrollo
En un país como México, donde casi la mitad de la población padece alguna forma de pobreza, vive el hombre más rico del mundo. Con una fortuna de 53.5 mil millones de dólares, Carlos Slim Helú, propietario de algunas de las principales empresas mexicanas, se ubicó en 2010 a la cabeza de la lista de los millonarios a nivel mundial que año con año pública la revista “Forbes”.
Otros millonarios en el país son Ricardo Salinas Pliego (TV Azteca, Elektra y Iusacell), Germán Larrea (Grupo México), Alberto Bailleres (Industria Peñoles), Jerónimo Arango (Walmart), Emilio Azcárraga Jean (Televisa) y los banqueros Roberto Hernández Ramírez y Alfredo Harp Helú.
Como parte de la expansión del crimen organizado en México, un hombre que se sumó a la lista de los más ricos del país es el del narcotraficante Joaquín El Chapo Guzmán Loera, líder del cártel de las drogas de Sinaloa.
Vestido y sociedad uniformada
Bernardo Hernández, analista de moda, mira así el vestir de los mexicanos en 2010: “La uniformidad visual es un hecho. La otrora utopía ‘hippie’ de la mezclilla como antídoto del moderno sistema de castas, es una realidad; los tenis Converse son una declaración de igualdad, mientras que las camisetas son pósteres andantes salpicados con infinidad de leyendas. Todos vestimos, prácticamente, las mismas prendas, aunque el asunto de las etiquetas sigue siendo un tema”.
Diario El Universal, de México D. F.
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